Sunday 25 March 2012

Ch. I

Abordo del subterráneo metropolitano o a través de los pasillos cubiertos de pancartas socialistas en la universidad no puedo evitar pensar con tristeza, suspicacia y sardónica ironía que Freire tenía razón. Y que hay incluso que llevar sus observaciones y postulados teóricos más lejos, o al menos lo que veo me obliga a hacerlo. No sólo los sectarios o dominadores y la relación vertical que establecían con los oprimidos eran necrófilos, todos lo éramos. Todos lo somos. Nadie ama el cambio, al contrario, lo suplican y lo odian al mismo tiempo. Rezan un rato y luego despotrican que tarda demasiado en suceder y no trabajan para traerlo, anhelando entre murmullos que jamás llegue. Cómo amamos "lo constante", lo inmutable, lo eterno, ese Absoluto inalcanzable que nos condena a odiar el hoy, recordar el ayer con nostalgia y ser incapaces de siquiera imaginar un futuro cualquiera.

Los encabezados me dicen que estamos todos enamorados de la muerte, macabra y explícita, de la muerte "que todo lo iguala", y que convierte nuestra transitoriedad imperfecta en un algo perenne y vaporoso que permanece. ¿Dónde? Eso es lo de menos. Y a mi garganta llega un asco intenso cuando recuerdo escenas de muerte y destrucción mientras mastico trozos de cadáveres durante la comida; o mientras escribo alguna falsedad en los ensayos de la escuela, escondiendo la verdad: no hay respuestas y aún si las hubiera a nadie le importaría. ¿Por qué estamos tan infatuados creyendo que sabemos hacer las preguntas correctas?

Incluso yo, que puedo racionalizar e intelectualizar cualquier cosa, sin importar cuán trivial o cuán profunda, padezco la parálisis espiritual de la modernidad y la necrofilia idealizadora de la postmodernidad. Hay los que se arrastran descalzos por un día más y yo me sorprendo de que los autos conducidos por quienes son más jóvenes que yo pasen raudos a mi lado y ni siquiera me despeinen. Yo también estoy enamorada de la muerte, sobretodo de la mía, que no dejo de imaginar, planear, esperar, soñar. La versión más pervertida del amor propio y la necrofilia "imperante de nuestros tiempos".