Thursday 31 July 2008

El Círculo De La Tragedia


¿Oprime el terror tu corazón
todavía de niño
encerrado en un rostro jovial,
casi optimista?
Oh, no temas ni un segundo más.
No temas.

Lo que verás mañana,
lo que hoy imaginas,
aquello que ahora congela
la corriente líquida
en los caminos de tu cuerpo,
no es más que una experiencia...
Esta sensación medio siniestra
no es más que un pánico infantil
ante la aún más siniestra realidad.

¿Temes a la experiencia?
¿Temes al hecho que te dejará
una marca en la memoria?
Oh, no temas ni un segundo más.
No temas.

Porque si tu corazón sale roto
de este nuevo suceso que se avecina,
si tu espíritu surge destrozado
de entre los restos que deje
tu cuerpo luego de la masacre
que la verdad perpetrará sobre ti,
todavía podrás recoger los pedacitos
que llorarán regados en el piso.
Y entonces te darás cuenta
que, en realidad, no has cambiado tanto.
"Esta amargura de hoy se incubaba
desde hace años en la energía del viento
que me rodeaba", dirás.

La fuerza de una nueva experiencia
juntará una vez más los trozos
desvaídos y agónicamente palpitantes
de tu hasta hace dos segundos,
ingenuo corazón.
Y la ilusión de una nueva sensación
que llegará a tus huesos
animará a tu espíritu destrozado,
y lo hará caminar de nuevo.

Cuando mañana regreses meciendo
tu húmedo rostro en tus lívidas manos,
piensa sólo que saliste casi ileso...
¿Ileso? ¿Ileso?
¡Claro! ¡Claro!
Quizás hayas perdido la paciencia del corazón,
la ilusión del alma, la esperanza del principio,
la energía para seguir, la confianza en tus manos.
Pero ah...

Ya veo a la nueva experiencia
marchando hacia ti,
y despojada de sus ropas,
viene a mostrarse ante ti, desnuda,
sin mentiras, sólo con ambiciones
(tal vez no del todo razonables),
viene a mostrarse ante ti, sincera,
tal y como la pasada experiencia llegó...
Viene a inyectar de energías
a tu espíritu que se duele, abandonado;
sabiendo que ella también te dejará
derrotado como la anterior expectativa.

Pero la experiencia nunca miente,
escucha sus ilusiones y escúchalas bien,
porque desde mañana serán las tuyas...
Desde mañana esas esperanzas te guiarán
y te darán la nueva confianza
que dentro de dos días te quitarán.
Pero la experiencia nunca miente.

No, no, no temas ni un segundo más.
No temas.

Sunday 27 July 2008

Soñando Sobre Un Parabrisas

  • Una suerte de experimento... El Futurismo se encuentra con el Romanticismo... Con tanta suerte que parece una noticia de nota roja convertida en poesía... (al más puro estilo dadá)
Dijiste "Te ves excelente"
Dije "¿En serio? ¿Realmente lo crees?"
Y sonreí para conservar el ambiente.
"Te doy la bienvenida, al fin,
aunque todavía te niegas
"
Pero ahora, ¿dónde dejaste tu fuerza,
ese desenfado que eclipsaba lo demás?

Ah... mi amado que ha estado durmiendo
durante veinte largas noches,
ha estado soñando sobre un parabrisas,
pero murmura que se encuentra bien.
Cómo desearía que compartiera
lo que siente entre esas sabanas,
pero sólo sigue gritándome
"trata de no dormir".

De pronto, recuperé mi dolor de cabeza.

¿Cómo es que este elegante atuendo
me inundó con la tristeza?
Un par de jeringas, buenos ánimos,
"lo perdí todo en la avenida".
Surgieron de una botella de engaño.
Fueron tan suaves como la seda
de tus manos en las mías.

Y mi mejor amigo, es imposible de hallar,
no me ha llamado en dos eternos años.
Seguro piensa que mi adicción
me envolvió en su tersura y su voz.
A veces me parece que esta grangrena
me dividió en dos partes y me desgarró,
pues ha perforado valles en mí,
y me ha castigado con justicia.

De pronto, recuperé mi dolor de cabeza.

¿Cómo es que estas horas se mueven
y se paralizan sobre mi cabeza?
Sólo dos jeringas, furor, intención,
y el tiempo se escapó.
Pero las conclusiones que alcanzaste
a confesar entre suspiros serán
las premisas que usaré en mi argumento
con la muerte para traerte hasta mí;
te traeré de regreso aún si debo deslizarte
debajo de mi gabardina, te deslizaría
incluso debajo de mi piel, hasta el corazón.

(Y cuando esté frente a la muerte,
en el borde de la implacable vida,
no olvidaré eso de:)
"Te ves excelente"
"¿En serio? ¿Realmente lo crees?"
"Si muriese hoy, seguro que descansaría en paz,
ahora que he escuchado mi nombre en tus labios."

Príncipe de Azur

Se vive solamente si la tarde es calma,
si los ruidos de la gente pueden apagarse
con las ensoñaciones diurnas,
con la sordina de un par de ideas.
Los pensamientos engrandecen y de la tierra
surgen para elevarse, los recuerdos
que desde los zapatos hasta los ojos empañan
a la razón con el vapor de su dulzura.

Una efusión vuelve a ser importante, arrebata,
y se desconoce porqué alguna otra vez
se la juzgó peligrosa, si sólo es amarga
su capacidad para congelar los dedos.
Y entonces apareces, como pintado fielmente
en el aire que respiro con desgano,
mientras una risa hueca se clava en la piel.
Príncipe de Azur, mis ruegos, van hasta el cielo,
y a la par de mis locos, vespertinos intentos,
vuelven de inmediato a desfallecer.

Pero ven, con tus brillos medio sombríos,
medio misteriosos, con esos bríos tuyos
que convierten la historia en blanco y negro
en el gris constante de estos años.
Pero ven sólo en la madrugada, ven,
cuando la medianoche ya haya muerto,
cuando cualquier cosa puede ser verdad,
cuando no es necesario que algo dicho
parezca verosímil para ser juzgado cierto,
cuando mi país casi en ruinas se afana
en mantener viva su lucha por la justicia.
Ven, porque de entre todos los ideales
de la humanidad, ni los de mi Patria
me seducen como el fascinante azur.

Y si mis libros rezan que un consenso es posible,
pero que la paz es más que improbable,
no les creas... ¡Mienten!
Es un acuerdo entre tú y yo lo imposible,
pero contigo a mi lado la paz se crea,
aunque sólo respire por breves momentos.

La Ficción Necesaria

Por esta nueva vez
el travieso tambor no está
escurriéndose en las manos,
sino que se ha mantenido
donde siempre ha debido estar:
se encuentra dentro del pecho;

y sin embargo golpea más fuerte
que en los antiguos lozanos tiempos,
pues le escucho al mismo volumen
que cuando dormía bajo las mangas.

Ahora no hablan lenguas extranjeras,
sino que se oye el idioma de las cinco líneas
en tu mirada metálica, color acero,
que reflejan la existencia
de un par de ojos oscuros.

"Cuando crucé la puerta",
no me acuerdo de mí.

Acércate a inundar mis labios
con la canción de los tuyos,
que la manera en la cual sangras
tus repeticiones de mis palabras
y las acentúas con tu risa infantil,
gutural, espontánea,
es tan hermosa como los llantos
enamorados sobre el charco de vinagre
que se derrama luego del placer
doloroso y redentor
de la auto-flagelación.

"Cuando crucé la puerta",
volví a detener mis temblores
para fijarlos con mayor dulzura
y por más tiempo en mi memoria.

Thursday 24 July 2008

Al Aire Libre

Atrapado el corazón en las dulces notas
que se escurren por entre las cuerdas
doradas de un viejo laúd,
hervía la sangre lentamente;
mientras yo descansaba sobre el prado.

De entre todas las cadenas
que unen a los tañidos las campanas,
las marmóreas miradas
de dos gárgolas infernales
llueven sobre los trozos rojos
de los enamorados.

Y esos restos van cantando
la canción que fue su enfermedad,
su pródromo y su cura posterior;
la canción que entonaban al morir:
la canción de la razón vencida.

El cielo parece ser oscuro
cuando se refleja en los charcos,
pero la luna brilla más
si es que su luz cae sobre ellos.
Las aves sueñan miedos en paralelo
cuando los árboles se mecen tiernos.

Doble noche tormentosa,
de colofón a medio día de invierno,
cuando las tumbas fueron abiertas
y nadie quiso salir.

Porque la piel se ha llenado de sal matutina,
y la herida diurna de la seducción
ha empezado a inundar los suelos,
la arena movediza, la calma alrededor.

Las cruces altas que guardan dioses
cuyos nombres no deben pronunciarse,
conservan también palabras secretas
dentro de cajas de hierro,
junto a brazaletes de plata,
recamados de ilusiones rotas,
recamados de pasión.

Wednesday 23 July 2008

Sustracción

Amplitud de nuevos años que no sucedía desde hace mucho tiempo, habla de nuevo con tu voz de soledad innecesaria, y calla las voces de los nuevos absurdos. Han murmurado mis sensaciones y me han confesado la verdad: sólo será un momento, sólo lo necesario para respirar y me iré. Bien, obsesión, si prometes recuperar mi cordura y resguardar este valle estacado, caminaré balanceándome en el punto falso del universo, cruzaré el puente de madera carcomida por la lluvia. A cambio sólo te pido un sencillo favor: avísame si puedo interesarme por mí, anúnciame tus juegos para la próxima ocasión.
Como las gotas de agua que salvan de las olas asesinas, pareces carenar las cuadernas de mi perdición. Es un trabajo muy sencillo, pues mi vacío estómago no ha sido viciado en una semana y su rueda de molino trabaja para digerir mis reflexiones. Aquí, los chorros de paz inventan nuevas formas de hacerme perder el equilibrio. Al salir de aquella madriguera con la temperatura de un horno italiano, miro al cielo y absorbo el viento al tiempo que golpea mi rostro. En la lejanía, dibujando el horizonte de los cuadros de adobe y ladrillo rojo, surge de entre las copas arbóreas un sueño fantástico. Casi como Atenea o sus ínfimas musas voltea, nota mi mirada y taladra en mi cabeza. Dos segundos después me impide gritar. Efervescencia agresiva desde el interior de un volcán escupe lava de excusas y justificaciones.

En ese espacio paralelo que forman las cuadras vulgares escucho un grito amortiguado por la sordina de las ventanas ojivales: sustráete a la pasión.

Y si, de la mejoría de campos minados recuperas tu piel, la alegría de la sencillez es plena y llena con su estima. Y si, por la timidez de tu sonrisa obligo a mis hojas a flotar ante mí, podría necesitar menos que tú, y el ajetreo jalaría mis cabellos hasta arrancarlos, expresando sólo el eximio final.

Aquí mi sonrisa enferma y aclara, pues también a través del humo el mundo es diáfano y suena, calla y resuena. Silencio.

En el alba y durante el tiempo que falta para el atardecer, que asesina al que fue una vez el nuevo día, que hace nacer al que lo asesinará otra vez, en todo ruido violento, hay siempre silencio.

Todo me hace detenerme, y hoy soy menos. Antes al menos me observaba bien: me has sustraído. Si me sustraigo a las pasiones, libero las consecuencias de las situaciones. Me sustraigo, pero sólo me arrobo en la enajenación.

Pierdo. Caigo.

Y una vez más… Silencio.

Trapped

“…We look before and after,
and pine for what is not…”

Percy Bysshe Shelley



Cuando la dolencia en mi cabeza me domina en forma sutil, puedo mirar a través de la terrible oscuridad de la alameda. Entonces, ya no practico fingir un perfecto estado de salud. Mis ojos giran en más de una dirección para cerciorarse de la habitual soledad. Así es mejor, de lo contrario, comenzaría a hablar y notaría a la indolencia excitando mi mal humor.

Sé que debería estar haciendo otra cosa, sí, lo sé. Hay montañas de pendientes trabajos acumulándose a mi alrededor, posados con presunción sobre el escritorio a guisa de calvario. Mas no me importan, no ahora; ahora la eufonía del nerviosismo o tal vez sólo mi mente pueden aún llevarme a algún lugar inaccesible para los demás.

En ocasiones me llevan a pensar en el futuro, mas como éste se vislumbra pésimo, las más, me regresan al pasado. Me recuerdo pensando en el presente e imaginando tiempos optimistas aún por venir. Veo justo lo que puede verse desde la ventana de un apacible hogar: un sueño de actuar con la mesura de los notarios, o inspirar confianza como un conciliador abogado, quizá campear entre los estadistas. Cualquier ocupación que libere de la admonición o la censura.

Puede haber un momento en el que se sospeche al día siguiente como algo grandioso sólo por ser desconocido, y sin embargo, nace decepcionante. No sé qué esperaré y no sé si llegue alguna vez. ¿Sufriré siempre por el pasado y desesperaré por el porvenir? ¿Qué pasó con el aquí y el ahora? ¿Dónde está el presente?

Puede ser una irracional farsa o un peligroso error, pero está justo en medio de la esperanza y la desilusión. Es la persistencia del sol, la pasividad de la voluntad, el principio de la agonía: la verdadera muerte. Después de todo, uno no muere cuando el cuerpo se paraliza, sino cuando la paciencia se rinde a la suprema angustia en una batalla perdida contra la fatalidad que en ocasiones dura demasiado. Si se nace mortal siempre se camina hacia la muerte.

Ensoñación Agreste


Bajo mis pasos agonizaba un alga roja,
no me importó: la asesiné con mi sed.
¿Quién podría alguna vez pensar que
la frescura se hallaría tan indefensa?

Tanto anhelaba yo abonar los campos
dejando a mi cadáver regalar etanol,
mas mi vida fue llamada y me corté,
silente siguió mi sangre a tus pies.

Tu corazón luchaba ese día por latir,
le infundí una razón para verse tranquilo.
Abriste los ojos, sólo entonces deseé darte
la flor que a veces riega mi sinceridad.

Aunque mi cuerpo era impuro, su espíritu
poseía un alma noble creciendo enamorada,
no investigó qué pensaba negar mi razón:
el ansia de la sencillez lo dominaba.

Mientras tu mirada huía hacia arriba,
yo la perseguía con agria desesperación,
¿cómo obtener celestial belleza, cómo
vestir la blancura falsa de la ilusión?

Corrí tras el brillo fugado de tu iris,
con afán de asegurar que al menos eso
me pertenecería unos breves segundos.
Tus venas no escuchaban aún mis rezos.

Levanté mi cabeza con altanería, lloré,
esta vez sin hipocresía, el orgullo olvidado,
la nueva humildad se condensaba en nube:
llovíamos de la mano juntos por un tiempo.

¿Debería agregar que viví el cielo?
La tierra da en ocasiones buenos frutos,
pero ninguno tan fresco como tenerte.
Es verdad. Nos mataría para estar contigo.

Sunday 13 July 2008

Conversación Junto A La Cama De Un Doliente


“ Death is the high life’s meed ”
John Keats



Joven como era, se encontraba descansando contra su voluntad sobre una fresca cama blanca. Las sabanas parecían lijas que se turnaban para lacerar su tersa piel. No quedaba ya mucho de la lozanía que días anteriores había robado tantas miradas en las calles. Junto a su lecho hacían acto de presencia dos o tres aparatos, hijos de la más novedosa tecnología, que aún siendo tan útiles y magníficos, no alcanzaban la condición de milagrosos. La puerta del cuarto se abrió sin hacer el mínimo ruido: en este inmueble privado cada semana se encargan de refrescar los goznes con aceite caliente. El convaleciente recibió a su amada incondicional, quien largo tiempo había permanecido ausente. Ambos corazones estaban inflamados de la misma multitud de sentimientos, tan arrebatadores como sinceros: compasión, arrepentimiento, afecto y otros miles, para cuya descripción todavía no ha descubierto nuestro lenguaje imperfecto palabras lo suficientemente capaces. Sin embargo, y que agradezca nuestro corazón, a diario rebosante de púas despiadadas, sí hemos creado vocablos que, sin expresar nada, son más valiosos que el oro en ciertos momentos. Como prueba, escuchemos el saludo sin intención de quien cruzó el limpio umbral hace un par de segundos:

—¿Cómo estás?

Entreabriendo los ojos se vislumbró la respuesta:

—Casi bien. Pero...

Luego de que una penosa pausa interrumpió el apenas iniciado diálogo, la joven garganta postrada por extrañas situaciones, murmuró en un suspiro que quiso extinguirse sin darse importancia:

—Supongo que muy pronto me iré. Ya lo siento.

—¿Qué es lo que sientes?

—Ya sabes, siento que no falta mucho para la muerte.

—No puedes decir eso. ¿Cuántas veces has estado al borde de ella? ¿Cuántas veces has percibido sus embates cercanos como para asegurar que reconoces las señales de su acercamiento?

—Siempre.

—Nunca hasta entonces habías estado al borde de la muerte.

—Te equivocas. Siempre lo he estado. Desde mi nacimiento no he hecho sino caminar hacia ella. A veces pienso que no sé si la verdadera razón de vivir es la muerte.

—¿De qué hablas?

—De que siempre he sabido mi prometido final, pero hasta ahora he podido comprender lo que significa. Los dolores me abrasan como nunca lo hizo el tibio sol en mis días más felices. La ansiedad me baña con el sudor del remordimiento por todas las cosas que hice, y el pesar que trae con ella no es comparable con el culpable placer del que gocé alguna vez. En realidad puedo decir que siempre la muerte me había acechado, sedienta de mi sangre, hambrienta de mi carne mancillada; si bien nunca, hasta hoy, he logrado comprender que estos escalofríos, estos temblores son causados por sus huecos pasos que se dirigen a cerrar la última ventana de mis esperanzas.

—¡Ah, ya! Efectivamente te escucho y creo que al menos en forma incompleta, como sucede de continuo con los pensamientos expresados mediante la palabra, alcanzo a entender tus dolorosas ideas. Pero hay algo confuso. Hablas como un ser humano que escucha, ve, gusta, huele y siente con su cuerpo criminal. ¿No sería buen momento para dejar de escucharlo, después que sólo te ha ofrecido frutos jugosos pero estériles?

—¿Qué quieres decir?

—Que si es verdad que nuestros conocimientos provienen de los sentidos, también esos estremecimientos presagio de la muerte proviene de ellos, ¿no es así?

—Pues poco más o menos.

—Sí, bueno, en fin. Lo que intento decir es que tu saber sólo funciona en tu carne apasionada, arrebatada a diario por los furores y dada, eventualmente, al desfallecimiento. Por lo tanto, relégalos, como hijos de una experiencia imperfecta. No pienses más en si debes decidir no expiar o confesar tus pecados; de lo que has hecho hasta ahora ya se hará la cuenta final y veremos después cuál es el resultado. Por ahora descansa, juro que te pondrás bien, mientras mires con ojos mucho más expertos.

—Me gustaría mucho que en realidad escucharas tus palabras y las creyeras, pero sé que tú no cifras tu fe en la supremacía de la razón sobre el corazón y veo, con tristeza, que la seguridad de la que haces gala es sólo la máscara que vistes como forma de darme ánimos para el postrero momento.

—Te equivocas. Sí, es cierto que yo nunca he creído en el poderío de la razón, pero no te hablo de eso ahora. Mis palabras no contradicen mis creencias. ¿Me hablas de que has sentido a la muerte siempre cerca de ti y que hasta ahora te das cuenta que era ella? Pero has sentido con el cuerpo y hablas con el cuerpo ahora. Mira con tu espíritu y verás que no notarás nada sobre la muerte. En nuestra alma se encuentra grabado como sobre piedra la idea de la inmortalidad, la única idea que es verdaderamente humana.

—Qué hermoso hablas. —Y se dibujó en aquel maltratado rostro una triste sonrisa.

—¿Me crees?

La joven se quedó esperando la respuesta. Mas cuando observó que él había exhalado ya su último suspiro, murmuró:

—Lo sabía, sabía que te pondrías bien. No puedo sino amar la tranquila condición en que ahora te hallas, ya que no puedo envidiarla, puesto que tú no la disfrutas.

Dirigió sus pasos hacia la puerta y salió.

Saturday 12 July 2008

La Lluvia Me Despierta Del Error

La dulzura del paso del tiempo
empieza morbosamente a mezclarse
en un baile herético y fuerte
(como las lluvias o el huracán),
con el intento de desencanto
que el mundo quiere siempre
perpetrar dentro de mis ojos.

Las calles se derriten ante mí,
pero ya no alcanzan a llegar
sus espíritus a mis esfuerzos,
y sus corazones pavimentados
ahora no entran más en el mío.

Tal vez esta situación (nueva y así
conocida por ser más que redundante,
casi repetitiva, frustrante)
esté relacionada con la naturaleza
de mi vida y también
con la de mi próxima muerte.

El monstruo citadino que gotea
su pastosa materia que buscó
la lluvia para su gelatinoso "yo";
en el día nuevo que siempre despierta
lleno, lleno de energía y yo, (¡ah!)
que cada día despierto menos aquí:
mi mente que se burla de mi convicción
y despierta cada díaun poco más muerta.

Los Solitarios

Calma, despacio. En realidad no es tan complicado como cualquier otra cosa. Es sólo cuestión de estar aquí, de pie, sin dormir, y moverse. Pero la prisa, ¡vaya! Eso siempre es un problema. No es rapidez por conquistar el destino, es angustia por hallarlo. Así, mientras el pienso verde aclara de golpe sus saludables tonos, el cielo se oscurece un poco, a pesar de apenas haber anunciado al mediodía.

El semblante y el corazón son discordantes gotas de lluvia balanceándose entre la amargura de la desesperanza y la dulzura de la vida decantándose con lentitud ante los días.

El azar era una serpiente de colores brillantes, titilando entre los cabellos del parque, dibujando eses engañosas y seductoras. Marchaba delante, no hacía sino marcar mi camino, hasta que de improviso se detuvo un segundo, incorporó su cabeza junto con la parte delantera de su majestuosa figura, tensó su cuerpo y saltó hacia el cuello del caminante que precedía mis pasos. Me paré en seco, mientras el reptil producía un ruido extraño, casi un bufido en el cuello de su víctima, quien, en un espasmo de supervivencia, agitó su mano derecha, arrojando de un empujón brusco a la serpiente. Ella salió volando hacia donde me encontraba, y me golpeó quedamente en el tobillo izquierdo, en el instante preciso en el que me disponía a levantar mi pie para dar un paso. Fue un golpe ligero, casi como un latido, así que no me importunó, pero no supe cómo, cuando volví a levantar mi pie, la mitad del cuerpo sinuoso se había enredado en mi tobillo, manteniendo la otra parte en el suelo, por lo qué tropecé y, aunque no caí, todo mi ser se sobresaltó. De un brinco superé a la serpiente.

—¡Demonios! ¿Por qué…? Casi me…

No obstante mi voz en grito, la anterior presa del reptil se hallaba ya un poco lejos, y no hizo caso a mi maldición.

—¡Hey!

Grité de nuevo, esta vez con más suerte o con más ánimo, pues conseguí que el caminante diera media vuelta y me mirara de arriba abajo, descubriéndome su rostro juvenil y cansado, así como su cuerpo, esbelto, pero un poco menos perfecto que aquél espléndido del azar. No supe qué decir, pues ahora tenía la atención total de un interlocutor desconocido, que además, me observaba estupefacto y casi podría asegurar, algo receloso. Me límite a repetir mi interjección, esta vez en voz más baja y sin agitación, al tiempo que me acercaba a él.

—La serpiente, saltó de pronto, la serpiente en tu cuello —balbuceé mientras señalaba de mi garganta a mi tobillo con mano temblorosa—, me hizo tropezar.
—¡Ah! Lo siento, sólo quería quitármela de encima, no pensaba molestar a nadie. No te había visto. Perdón.
—No importa. —Dije, y sonreí.

Sonreí con mi mueca más lozana y alegre, con un movimiento sincero, convulso, sin visos de la hipócrita cortesía tan común últimamente, pero el joven no me veía ya. En cuanto pronunció sus disculpas, giró su cuerpo para darme la espalda. Ahora seguía su camino. Troté un momento y lo alcancé, tomándolo del brazo.

—Hey, ¿caminas?

Mi interlocutor giró los ojos en una obvia expresión de fastidio y burla.

—Eh, sí. ¿O qué parece que hago? —Preguntó con sarcasmo.
—No lo sé. Lo dudé por un segundo.
—¿Qué dudaste?
—Dudé que caminaras. —Respondí con decisión.
—¿Eh? ¿Por qué?
—No lo sé.
—Ah, ya. —Murmuró aburrido.
—Es decir, no deberías caminar solo. Caminar no es una de esas actividades que uno debería hacer solo. Es como comer o como el amor, inclusive. Si uno lo hace solo, si uno come sin compañía, por ejemplo, cumpliría su cometido, la actividad se realizaría y se haría bien, así, sin más, sería “funcional” —y aquí me detuve un momento para tomar aire—, mas se privaría uno de lograr una actividad igual de “funcional” pero mucho más divertida. No sé, mucho más memorable.
—¡Ah!
—Pienso…
—¿Actividades memorables? Hay mil actividades inmemorables que se llevan a cabo a diario, ¿y qué? ¿Por qué caminar habría de ser distinto?
—No lo sé, tal vez se lograría más durante la caminata. ¿Qué tal mirar el paisaje? ¿Ver lo que hay alrededor?
—¿Eso se lograría caminando con alguien? —Preguntó mi interlocutor, quien gradualmente iba incluyéndose activamente en la conversación.
—Quizá, lo qué sí sé es que no se logra a solas.
—Pues… Tal vez si uno caminara con alguien sería peor, ya sabes, la obligada plática distraería la observación.
—No tanto —contesté con rapidez— la plática podría ser acerca de lo que se ve. Sin embargo, caminando uno solo, va uno tan absorto en no sé qué, que el paisaje te salta al cuello y no lo notas.
—Pues… —Y el joven se río en voz baja de mi comentario.
—Por eso, no deberías caminar sin compañía, en qué peligros te…

En ese momento giró su cuerpo hacia mí, escudriñándome una vez más, pero en esta ocasión lo hizo como tratando de encontrar algo desesperante y repulsivo en mi persona. Sin duda, mi valoración de su tarea actual le había molestado, o sólo le había enojado un poco el hecho de que, sin conocerlo, le hiciera una observación que sonaba a reprimenda y mandato a la vez. Guardé silencio.

—¿Ah, sí? ¿Y qué hay de ti? —Inquirió desafiante.
—¿De mí?
—Caminas sin compañía. Si hubieras ido tres pasos delante de mí hace un rato, la serpiente habría atacado tu cuello y no el mío, y, ya que caminabas a solas, no te habrías prevenido tampoco. Así que, ¿por qué no te aplicas tus consejos en lugar de intentar dármelos?
—Yo no camino sin compañía. Camino contigo.
—¡Bueno! —Respondió el joven encogiéndose de hombros, en actitud de hastío—. Ahora sí, pero fue hasta hace poco. Antes…ambos caminábamos solos, tú detrás de mí. Un par de solitarios.
—En absoluto —negué con la cabeza—, yo caminaba contigo. Ya había decidido estar contigo, caminar contigo, porque sé lo peligroso que es caminar sin compañía. Por esa razón, pude ver cómo la serpiente se detenía en su andar, se incorporaba enhiesta y un abrir y cerrar de ojos estaba en tu cuello. En otro par de segundos, tu mano como un abanico la derrotó, lanzándola hacía mí, haciéndome tropezar.
—¡Oh! ¿Viste eso? Podrías haberme hecho una señal.
—No, porque así como yo había decidido caminar contigo, tú habías decidido ir solo y distraído. Es por eso que mi consejo es para ti y no para mí, yo lo sigo religiosamente. Yo iba contigo, tú ibas solo, e incluso lo aceptaste hace un rato al decir, “no te había visto”.

—Jamás pensé que habría serpientes aquí. —Dijo mi interlocutor luego de un breve silencio, cambiando por alguna razón el tema.
—De esas serpientes hay en todas partes.
—¿Ah, sí?
—En todas partes, en todo el mundo, a cada paso que uno da, se esconden a veces entre la vegetación, pero están siempre…

Desvariaba un poco ya. Tal vez el reptil me había alcanzado la piel. Mi interlocutor se despidió de mí. Volvió a adelantárseme unos cuantos pasos y desapareció. Posiblemente dio vuelta en una esquina. Ninguno había mencionado ya nada sobre la controversia “caminar solo/caminar acompañado” apenas discutida. Yo no había mentido, todo lo dicho era una observación acertada. Hice una pausa, y me arrodillé para revisar mi pie. Sí, la serpiente había alcanzado mi tobillo. ¿Cómo lo logró tan rápido, si la había quitado de inmediato? Se había enredado en mí. De inmediato comencé a sentir el efecto del veneno: un mareo, un sudor frío bajando desde mi nuca, ojos nublados… Por un momento anhelé haber ido “tres pasos delante”: mi cuello habría salido indemne. A mí, el azar me había escindido la piel, y con la herida, me prohibía caminar sin compañía de nuevo.

Sunday 6 July 2008

El dolor que me corresponde

¡Ja!
Mira cómo te escupo a la cara, destino,
y dejo pasar a mi lado
mordiéndome el labio inferior
y entrecerrando los ojos,
el dolor que me corresponde.

Los crepúsculos jamás se unen,
nadie jamás "es".
Aunque las situaciones no se repiten,
en mis nervios imbéciles
que guardan mis sucesivas
aproximaciones a la verdad,
dos emociones se agitan siempre
en el mismo constante remolino.

Suben y miran por varias ocasiones
consecutivas al destino verdugo
las promesas de las consecuencias,
y casi las piernas se escapan
si de los labios huyen la serenidad
o la falta de deseo.

Pero las facciones más finas,
una mirada más seca,
la visión de la lozana juventud,
no son vencidas por esta nueva
ansiedad que surge de mi pecho,
fresca y ya moribunda.
(Con la frescura de la novedad,
y la amargura de la brevedad
de su débil y monótona repetición.)

¡Jaja!
Y en lugar de fijar mis sienes
rumbo hacia la fatal desazón,
mis labios se tuercen en una mueca
de hilaridad discordante y tenaz,
seguros de que se escapan
por no poder ser atrapados.

Pero no me engañas tú,
sino que yo finjo engañarme,
porque si inexorablemente
he de llegar a ese cierto sitio,
no serás tú quien me lleve.

¡Ja!
Mira cómo no le huyo a tus ojos, destino,
como si mi absurda insolencia
rompiera tus huesos y no los míos,
que ni siquiera escindidos
se desafanan de tus cadenas.

¡Ja!
Mira cómo te escupo a la cara, destino,
y dejo pasar a mi lado,
hasta que se funde en mi memoria,
el dolor que me corresponde.

Sangrado Frágil

Sangrando frágilmente:
mis brazos heridos por el desespero y su poesía;
aullando a la noche,
ésa en la que entendería
porqué todo es sobrevalorado.

Un instante que divide lo que ha sido
de aquello que está a punto de ser.
Raramente había soñado con tanta soledad,
con tanto enfermizo silencio.

Encontré una antigua pieza escrita,
que yacía sobre una húmeda cama;
encontré esa interminable pieza escrita,
que yacía junto a mi joven tumba.

Frágiles vidrios son mis manos; hoy,
que todo es rojo y violeta.
No podría ver ese par de ojos perfectos,
pero es fácil percibir la duda de la noche.

Un segundo que divide lo que ha sido
de aquello que desde ahora será.
Bajo mi piel vive la ruindad,
vive el amor, vive la ausencia.

He aquí esta medianoche cuando
encontré una antigua pieza escrita
que yacía sobre nuestra húmeda cama:
yacía junto a mi propia tumba.

“Flotando como un ángel entre la multitud
En la noche ibas perdido.
Y jamás he visto tu corazón
Pero es capaz de lastimarme el recordar
Que más de una vez recé por verte morir”

Podría ser que realmente no siente
congoja mi amargo corazón.
Quizá simplemente está asustado.
(En realidad no me preocupa.)

Escucha la ternura que trae el canto de las aves,
observa la luz traída por la oscuridad con su canción.
La madrugada ha creado un nuevo encanto:
éste no es el hechizo del amor,
es sólo el veneno de un estéril ardor.
Pero esta noche he silenciado a mi culpa
y al vacío de mi interior.

El funeral de la medianoche


"...cuando la medianoche ha muerto...
cualquier cosa puede ser verdad..."


La madrugada ya no es más un sueño
ante los ojos y entre los cabellos,
el frío que congela la garganta
atormenta también a la piel.
La luna olvidadiza descansa y se relaja,
perdida la firmeza con la que sangraba
hace treinta minutos o tal vez diez.

En la plaza que por las mañanas
es escenario del vertiginoso ir y venir;
que por las tardes la lluvia lacera
con su ignominia ruidosa que no cesa;
los gatos son amos y se pasean impunemente,
son amos y corren, todo les pertenece,
salvo el pequeño cuadro de asfalto
donde flotan el par de enamorados.

Alrededor las calles desahuciadas, el silencio,
sólo roto por el rumor del viento,
y por los altibajos constantes de un ajetreo:
por los desvaríos del aliento.
Sus labios se mecen en la noche helada
que no parece extinguirse, que no teme al final.
Las ventanas están cerradas,
las cortinas corridas, las luces apagadas,
nadie espía el idilio con ojos inquisidores
o moralistas como lo harían bajo el sol.
Nada rompe la calma palpitante del amor,
agitada en medio del vacío;
y qué bien se siente estar a la vista de todos
sin ser visto por nadie.

Par de amantes impetuosos
que no recelan de la ropa que cae,
ni desconfían del clima tan cruento,
ni temen la afrenta a la propia vanidad.
Un par de sonrisas sinceras,
de alegres miradas brillantes,
y la madrugada se ilumina en el cielo,
y su resplandor les rodea y les cobija.
Hasta que de repente un haz belicoso,
que presagia a un voraz gruñido
emitido por dos máquinas locas,
rompen todo el universo creado;
¿cómo es que confiamos tanto
en que todos dormían?

Alguien espiaba detrás de las cortinas,
alguien se escondía para mirar
la pasión desbordada en el preludio
de un alba naranja y encendida;
pero, ¿quién sería tan cobarde como
para estar observando en cubierto?,
¿quién ha destruido el idilio?
Alguien no dormía, alguien miraba,
alguien esperaba vernos de pie
en el mutuo y extático abrazo.
Alguien llamó a la policía.

Nos increparon, y de nuestros labios
tan ebrios de enajenación
no brota palabra alguna.
Quieren revisar mis cosas,
me exigen vaciar mi mochila.
¿Buscan drogas? —¡Torpes!—
¿Alcohol, tal vez? —No, no lo sé—.
Pero en mis bolsillos no llevo
más que el luto por la ilusión pasada,
(ya no recuerdo a la ilusión,
mas el duelo aún pervive).
Y luego de palparnos de arriba abajo
en rápida y benigna inspección,
nos miran una vez más antes de irse.

Me es imposible asegurar
si simplemente nos despachan
o si nos amenazan también,
pero entrelazando las manos
emprendemos la marcha, mientras
de nuestras bocas surgen las palabras
amorosas y de indescriptible esperanza,
la confianza en el nuevo futuro;
y los abrazos que lo predicen
nos hacen detenernos más de una vez.
Las caricias alimentan la piel, hidratan
el sentido, la razón ya no importa.

Caminamos lentamente y pienso
cómo siempre tengo el mismo sueño,
siempre tengo el sueño
de no tener que volver a ningún sitio,
nunca tener que volver,
siempre, siempre al mismo sitio.

Los amantes van meciéndose
en el viento suspendido,
y el tiempo parece desplegar
afablemente los segundos
con menor prodigalidad
que la mostrada
hasta hace unas cuantas horas.

Pero ¡ah!, ahí, cortando nuestra retirada,
ya nos aguarda su padre de mirada severa,
con el odio en las manos y la rabia en sus venas.
Sé que siempre desconfió de mí.
Lo sé... Pero no me preocupa,
sólo me pregunto si escuchó
lo que en medio de la plaza desierta
los amantes se confesaron.

Y aún más... a su lado nos espera mi madre,
quien me mira con ese talante atroz
capaz de hacerme bajar la cabeza,
y llorar hacia dentro, sin ruido.
(Nadie más logra ese truco
de hemorragia interna en mí.)
Nos vieron, nos vieron. Lo sé.
No lo dicen, no lo dirán, pero lo sabemos.
No pienso en qué harán, ya no hay tiempo:
los instantes han vuelto a tomar
su terrorífica y común velocidad.

Porque ya separan a los amantes,
quienes no oponen resistencia,
y a cada uno por su lado, los hacen cruzar
el jardín negro, sembrado
de perros hambrientos cuyas fauces rojas
se parecen un poco a la luna
medio mortecina de esta madrugada.

Ya no se ven los amantes,
ya no puedo voltear.
¿Quién arruina y martiriza
la felicidad única de mi vida?
¿Quién espiaba en su cobardía
la sinceridad de dos corazones
ilusos, sí... pero apasionados?

Cuando el dolor de los recuerdos se apaga,
cuando se decolora la obstinada madrugada
vuelvo a tener el mismo sueño.

Los amantes siempre tienen el mismo sueño:
no tener que volver a ningún lugar.

Pan y Sangre

No es loable que mi corazón
bombee y difunda una sangre maldita,
que gira, subiendo y bajando,
viviendo e imbuyendo vida a la pasión.

Mirando los platos, los cálices, pienso
en algunos vacíos ceniceros
que sobre las mesas se olvidaban
sin guardar ningún resto.

Descanso, pero en tensión,
firme y recta la espalda,
mientras mi voz enmudecía, noté,
entre las miradas perdidas
a quienes tranquilamente soñaban
la belleza del futuro perfecto
que sólo ellos sabían cierto.

Llena la copa y servido el plan,
hermoso debe ser alimentar el alma
con la calma del espíritu, cuidando
tan sólo a la sensación y satisfechas
las necesidades de un dolor pasado.

Comer, beber: dulce, es deleite, un placer,
y ver el arte de los platos no lo es menos,
al menos no lo sería...
¡Si sólo no tuviera sed...!

Mi sed insaciable de muerte insatisfecha.

Corazón, alma, soplo de vida: muertos.
Para esta desazón no hay refrigerio,
sólo habrá nuevos reproches.

Cartas

Algunas veces recibo cartas
cuyas palabras cuidadosamente tejidas
en blancas hojas de vidrio
se clavan en mis ojosy me roban la tranquilidad.

No sé quién escribe,
desconozco sus manos y sus dedos
hábiles traen sueños difusos
desde otros territorios.

Algunas veces recibo cartas
e imagino sin querer que escriben
tus finos cabellos y tus labios delicados;
que tus ideas viajan desde
tu mente hasta mi ocio desbordando
todas mis ansias de vivir.

Pero tú jamás escribes.
Y tus ojos brillantes de acero,
de lujuria contenida,
se parecen mucho a los ojos
de la muerte traviesa
que acecha a diario mi soledad.

En los días rotos

Los ruidos ensordecedores que debo acallar para ver elevarse
una voz que canta dulcemente y vence a todas las voces
de reproche en mi cabeza, han traído en esta ocasión
un camino nuevo de nostalgia, que se desvanece y vuelve
a nutrirse de vida, cuando llega a la base
de una refrescante cascada, cuya garganta se desangra
en un llanto fresco y alegre de serena inquietud, espumoso
escándalo, torrente de energía, esclavo de arrebato, beatitud.

Bañada por los rayos de sol, cubierta por las gotas
del mar prometido y lejano, hay una flor en la cima
de esta escarpada montaña: ésa es la flor que quiero;
ésa solamente y no podrá ser otra la que me torture con su anzuelo
de perfumada ternura, esa silente obsesión, esa
peligrosa aventura de pasión palpitante.

Con tintura única, aroma fugaz,
como un segundo detenido,
como el latido del corazón
cuando es más fuerte, más profundo y firme
que el estallido de los cristales.

Las hermosas flores que en el sendero
vivieron y murieron, tapizan el siempre lozano, fresco,
el mentiroso camino hacia el ciego fervor del nuevo e idéntico día,
que enamora a la ingenua noche, joven y moribunda.
Esas flores bellas, muertas, cuyos engañosos colores
son como guías en el sendero, sólo sirven para ser pisadas:
protegen el trajín del condenado.

En cambio tú, que sin llamar la atención me has herido
con una espina dulce e inofensiva, me has dejado de rodillas,
suplicando por una mano que cure y me libere del suplicio de mirarte
sin saber cuándo me acariciarán los pétalos tibios, delgados
los pétalos húmedos de rocío.

Tú, esbelto engaño vestido de debilidad,
cuyo vaivén constante e involuntario
presagia las sacudidas de una tristeza
constante como la sonrisa de una ola al romperse,
llorando su lágrima nueva con el mismo sollozo de desolación,
en la cima de la escarpada montaña, servirás para ser arrancada.