¡Ja!
Mira cómo te escupo a la cara, destino,
y dejo pasar a mi lado
mordiéndome el labio inferior
y entrecerrando los ojos,
el dolor que me corresponde.
Los crepúsculos jamás se unen,
nadie jamás "es".
Aunque las situaciones no se repiten,
en mis nervios imbéciles
que guardan mis sucesivas
aproximaciones a la verdad,
dos emociones se agitan siempre
en el mismo constante remolino.
Suben y miran por varias ocasiones
consecutivas al destino verdugo
las promesas de las consecuencias,
y casi las piernas se escapan
si de los labios huyen la serenidad
o la falta de deseo.
Pero las facciones más finas,
una mirada más seca,
la visión de la lozana juventud,
no son vencidas por esta nueva
ansiedad que surge de mi pecho,
fresca y ya moribunda.
(Con la frescura de la novedad,
y la amargura de la brevedad
de su débil y monótona repetición.)
¡Jaja!
Y en lugar de fijar mis sienes
rumbo hacia la fatal desazón,
mis labios se tuercen en una mueca
de hilaridad discordante y tenaz,
seguros de que se escapan
por no poder ser atrapados.
Pero no me engañas tú,
sino que yo finjo engañarme,
porque si inexorablemente
he de llegar a ese cierto sitio,
no serás tú quien me lleve.
¡Ja!
Mira cómo no le huyo a tus ojos, destino,
como si mi absurda insolencia
rompiera tus huesos y no los míos,
que ni siquiera escindidos
se desafanan de tus cadenas.
¡Ja!
Mira cómo te escupo a la cara, destino,
y dejo pasar a mi lado,
hasta que se funde en mi memoria,
el dolor que me corresponde.
Mira cómo te escupo a la cara, destino,
y dejo pasar a mi lado
mordiéndome el labio inferior
y entrecerrando los ojos,
el dolor que me corresponde.
Los crepúsculos jamás se unen,
nadie jamás "es".
Aunque las situaciones no se repiten,
en mis nervios imbéciles
que guardan mis sucesivas
aproximaciones a la verdad,
dos emociones se agitan siempre
en el mismo constante remolino.
Suben y miran por varias ocasiones
consecutivas al destino verdugo
las promesas de las consecuencias,
y casi las piernas se escapan
si de los labios huyen la serenidad
o la falta de deseo.
Pero las facciones más finas,
una mirada más seca,
la visión de la lozana juventud,
no son vencidas por esta nueva
ansiedad que surge de mi pecho,
fresca y ya moribunda.
(Con la frescura de la novedad,
y la amargura de la brevedad
de su débil y monótona repetición.)
¡Jaja!
Y en lugar de fijar mis sienes
rumbo hacia la fatal desazón,
mis labios se tuercen en una mueca
de hilaridad discordante y tenaz,
seguros de que se escapan
por no poder ser atrapados.
Pero no me engañas tú,
sino que yo finjo engañarme,
porque si inexorablemente
he de llegar a ese cierto sitio,
no serás tú quien me lleve.
¡Ja!
Mira cómo no le huyo a tus ojos, destino,
como si mi absurda insolencia
rompiera tus huesos y no los míos,
que ni siquiera escindidos
se desafanan de tus cadenas.
¡Ja!
Mira cómo te escupo a la cara, destino,
y dejo pasar a mi lado,
hasta que se funde en mi memoria,
el dolor que me corresponde.
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