Por esta nueva vez
el travieso tambor no está
escurriéndose en las manos,
sino que se ha mantenido
donde siempre ha debido estar:
se encuentra dentro del pecho;
y sin embargo golpea más fuerte
que en los antiguos lozanos tiempos,
pues le escucho al mismo volumen
que cuando dormía bajo las mangas.
Ahora no hablan lenguas extranjeras,
sino que se oye el idioma de las cinco líneas
en tu mirada metálica, color acero,
que reflejan la existencia
de un par de ojos oscuros.
"Cuando crucé la puerta",
no me acuerdo de mí.
Acércate a inundar mis labios
con la canción de los tuyos,
que la manera en la cual sangras
tus repeticiones de mis palabras
y las acentúas con tu risa infantil,
gutural, espontánea,
es tan hermosa como los llantos
enamorados sobre el charco de vinagre
que se derrama luego del placer
doloroso y redentor
de la auto-flagelación.
"Cuando crucé la puerta",
volví a detener mis temblores
para fijarlos con mayor dulzura
y por más tiempo en mi memoria.
el travieso tambor no está
escurriéndose en las manos,
sino que se ha mantenido
donde siempre ha debido estar:
se encuentra dentro del pecho;
y sin embargo golpea más fuerte
que en los antiguos lozanos tiempos,
pues le escucho al mismo volumen
que cuando dormía bajo las mangas.
Ahora no hablan lenguas extranjeras,
sino que se oye el idioma de las cinco líneas
en tu mirada metálica, color acero,
que reflejan la existencia
de un par de ojos oscuros.
"Cuando crucé la puerta",
no me acuerdo de mí.
Acércate a inundar mis labios
con la canción de los tuyos,
que la manera en la cual sangras
tus repeticiones de mis palabras
y las acentúas con tu risa infantil,
gutural, espontánea,
es tan hermosa como los llantos
enamorados sobre el charco de vinagre
que se derrama luego del placer
doloroso y redentor
de la auto-flagelación.
"Cuando crucé la puerta",
volví a detener mis temblores
para fijarlos con mayor dulzura
y por más tiempo en mi memoria.
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