Sunday, 6 July 2008

En los días rotos

Los ruidos ensordecedores que debo acallar para ver elevarse
una voz que canta dulcemente y vence a todas las voces
de reproche en mi cabeza, han traído en esta ocasión
un camino nuevo de nostalgia, que se desvanece y vuelve
a nutrirse de vida, cuando llega a la base
de una refrescante cascada, cuya garganta se desangra
en un llanto fresco y alegre de serena inquietud, espumoso
escándalo, torrente de energía, esclavo de arrebato, beatitud.

Bañada por los rayos de sol, cubierta por las gotas
del mar prometido y lejano, hay una flor en la cima
de esta escarpada montaña: ésa es la flor que quiero;
ésa solamente y no podrá ser otra la que me torture con su anzuelo
de perfumada ternura, esa silente obsesión, esa
peligrosa aventura de pasión palpitante.

Con tintura única, aroma fugaz,
como un segundo detenido,
como el latido del corazón
cuando es más fuerte, más profundo y firme
que el estallido de los cristales.

Las hermosas flores que en el sendero
vivieron y murieron, tapizan el siempre lozano, fresco,
el mentiroso camino hacia el ciego fervor del nuevo e idéntico día,
que enamora a la ingenua noche, joven y moribunda.
Esas flores bellas, muertas, cuyos engañosos colores
son como guías en el sendero, sólo sirven para ser pisadas:
protegen el trajín del condenado.

En cambio tú, que sin llamar la atención me has herido
con una espina dulce e inofensiva, me has dejado de rodillas,
suplicando por una mano que cure y me libere del suplicio de mirarte
sin saber cuándo me acariciarán los pétalos tibios, delgados
los pétalos húmedos de rocío.

Tú, esbelto engaño vestido de debilidad,
cuyo vaivén constante e involuntario
presagia las sacudidas de una tristeza
constante como la sonrisa de una ola al romperse,
llorando su lágrima nueva con el mismo sollozo de desolación,
en la cima de la escarpada montaña, servirás para ser arrancada.

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