Hace un par de días: inicio del horario de verano; prueba inequívoca de que las cosas no son tan correctas que no puedan ser de otra manera, y que, una vez que todo el mundo acepta (de buena o de mala gana) alguna cosa, se convierte en verdadera.
Da como un cosquilleo mental asomarse por la ventana en las mañanas y sentir que todavía las aves no cantan, el cielo aún medio oscuro y la sensación de que aún es muy temprano; para luego mirar el reloj y darse cuenta de que es más tarde de lo acostumbrado.
Hasta hace tres días, recibir visitas al diez para las siete era aceptable, porque no eran las 6:50 (lo que resulta bastante temprano sobretodo siendo sábado) pero ahora, recibirlas a las 5:50 ¿no es casi una pesadilla? Tal vez de todas formas nadie duerme…
Pienso en esas ocasiones en las que las circunstancias son un dolor de cabeza que obliga a respirar y a decir “diablos, que las cosas fueran de tal o cual forma…” Y como las cosas cambian más o menos de manera frecuente, llega un punto en el que ya son “…de tal o cual forma”. El fiasco es descubrir que son igual de desagradables. “¿En qué me basé para decir que serían mejores?”
Las cosas, ayer eran un fastidio y señalé una forma de mejora, que resultó ser igual de terrible porque se volvió presente… La hora hoy es distinta y mañana puede ser otra porque sólo la nombro… Aunque algo haya cambiado sigue siendo lo mismo porque es la “realidad”.
¿Qué nada es verdadero y todo es una simple convención…?
Malditas convenciones, convenimos que las cosas no son como son, para que sean.
ReplyDeleteJaja... Eso sonó bien. Pero, ¿caerá el universo en nuestras trampas de "psicología inversa"...?
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