En más de una ocasión he tenido la oportunidad de escuchar a mis amigos quejarse acerca de su disgusto por permanecer en un determinado sitio. Sin embargo, no siempre tengo la fortuna de escuchar que saben exactamente qué características debería tener un lugar para hacerlos felices. Pienso que yo también he caído en esa trampa mental, y me pregunto, por qué entonces nadie se decide a ir/regresar/llegar al sitio donde sabe que debe estar. Eso suponiendo, por supuesto, que sea posible alcanzarlo. No debería esperarse que ciertas personas, lugares, situaciones, nos dieran cosas que simplemente no pueden darnos. En este caso mi queja de "no me gusta vivir en la ciudad porque el clima es insoportable" no es válida. Jamás se ha visto que la ciudad de México tenga un clima muy frío, ¿por qué diablos le exijo una vida agreste con vientos glaciales? Más bien, debería moverme a la tundra y dejar de quejarme.
Por otra parte, analizando las cosas un poco más, pienso que en muchas ocasiones el aburrimiento, la impotencia y la decepción terminan por desgastar nuestros buenos ánimos. Hemos estado durante tanto tiempo acostumbrados a las cosas que sabemos son capaces de darnos paz, equilibrio y armonía, que el hecho de que el mundo parezca tratar de negárnoslas nos parece inaceptable. En mi caso, me encuentro en esta coyuntura y debo decir que no sé muy bien cómo debo afrontarla. Lo que me había gustado durante varios años (casi una década), lo que había constituido la base de mi vida, el ambiente en donde sentía comodidad y placer, lo que trataba de entender, a lo que trataba de entregarme y hacer mío, en una palabra, lo que amaba (o lo "único que alguna vez habría podido tratar de amar" para utilizar la retórica depresiva de años pasados), ha perdido mucho de su brillo.
Claro que esta devaluación no sucedió de un día a otro. Soy incapaz de identificar el momento en el cual las cosas comenzar a no funcionar, pero supongo que el cisma no se hizo tan profundo hasta hace unos tres años. Al principio, la rabia (contra la gente, el sistema, los problemas que me habían hecho odiarlo) amenazaba con invadirme. Después, llegó la desolación. Si mi comunión con la naturaleza/apreciación del arte/viaje mental/búsqueda constante/etc. ya no me daba la plenitud que me otorgaba antes, ¿qué me lo daría ahora? Sentí una mezcla de tristeza, miedo, disgusto, aburrimiento, pesimismo. No obstante, a la par de ese desencanto la vida seguía (porque la vida jamás espera), e hice muchas otras cosas (algunas seguramente como una franca e inconsciente lucha contra esta situación, otras simplemente distintas) de las cuales aprendí frustraciones y superé traumas pasados.
La realización completa se dio hasta hace poco. Miré con ojo crítico (sincero, honesto) y me di cuenta que era verdad, mi vida ha cambiado. Ya no estoy en los mismos sitios, ni tengo las mismas actividades, es más, ya ni siquiera convivo con las mismas personas... Por mucho que esa vida que ya no vivo me deleite, el caso es que ya no existe (quiero decir, en general, obvio es que el cambio no fue al 100% porque ¡diablos! yo sigo aquí, ¿qué no?). Algo complicado de aceptar, algo contra lo que es difícil lidiar. Quizá sea tiempo de encontrar algo nuevo qué amar, conocer más que esos placeres con los que mi zona de confort se ocupaba en tranquilizarme y darme gusto. ¿No sería que en mi continua melancolía y mis "recuerdos agradables" estaba negándome a la posibilidad de explorar otra parte de mí, del mundo?
A veces parece que no me conozco, porque no sé muy bien qué hacer para mejorar mi estado de ánimo. (Será que sólo se me ocurre una lista de cosas que solía hacer, personas con quienes solía estar, lugares que solía disfrutar, y bien sé que o ya no consiguen el truco de encantarme o no son susceptibles de repetirse.)
Esta nueva oportunidad es impuesta (que fácil sería para mí simplemente regresar a lo que me hace sentirme bien, pero eso es imposible, ya no existe, se ha desgastado y desmoronado, ya no es más que un recuerdo que me ata a lo irrecuperable, ante lo cual, ni la nostalgia vale la pena), pero habrá que sacar lo mejor de ella. Temo sobretodo el hecho de saber que la frustración terminará por dominarme y que tendré que solazarme con el sueño durante horas sólo para despertar con algo de la amargura pretérita, pero no hay nada que hacer. Las cosas han cambiado, yo también, y la vida me ha llevado (puesto y traído) a situaciones que jamás creí ver, disfrutar y mucho menos aprender de ellas. Mi tolerancia a la incertidumbre es como siempre mínima, pero mi capacidad de asombro es como siempre (y para mi beneficio) infinita.
Por otra parte, analizando las cosas un poco más, pienso que en muchas ocasiones el aburrimiento, la impotencia y la decepción terminan por desgastar nuestros buenos ánimos. Hemos estado durante tanto tiempo acostumbrados a las cosas que sabemos son capaces de darnos paz, equilibrio y armonía, que el hecho de que el mundo parezca tratar de negárnoslas nos parece inaceptable. En mi caso, me encuentro en esta coyuntura y debo decir que no sé muy bien cómo debo afrontarla. Lo que me había gustado durante varios años (casi una década), lo que había constituido la base de mi vida, el ambiente en donde sentía comodidad y placer, lo que trataba de entender, a lo que trataba de entregarme y hacer mío, en una palabra, lo que amaba (o lo "único que alguna vez habría podido tratar de amar" para utilizar la retórica depresiva de años pasados), ha perdido mucho de su brillo.
Claro que esta devaluación no sucedió de un día a otro. Soy incapaz de identificar el momento en el cual las cosas comenzar a no funcionar, pero supongo que el cisma no se hizo tan profundo hasta hace unos tres años. Al principio, la rabia (contra la gente, el sistema, los problemas que me habían hecho odiarlo) amenazaba con invadirme. Después, llegó la desolación. Si mi comunión con la naturaleza/apreciación del arte/viaje mental/búsqueda constante/etc. ya no me daba la plenitud que me otorgaba antes, ¿qué me lo daría ahora? Sentí una mezcla de tristeza, miedo, disgusto, aburrimiento, pesimismo. No obstante, a la par de ese desencanto la vida seguía (porque la vida jamás espera), e hice muchas otras cosas (algunas seguramente como una franca e inconsciente lucha contra esta situación, otras simplemente distintas) de las cuales aprendí frustraciones y superé traumas pasados.
La realización completa se dio hasta hace poco. Miré con ojo crítico (sincero, honesto) y me di cuenta que era verdad, mi vida ha cambiado. Ya no estoy en los mismos sitios, ni tengo las mismas actividades, es más, ya ni siquiera convivo con las mismas personas... Por mucho que esa vida que ya no vivo me deleite, el caso es que ya no existe (quiero decir, en general, obvio es que el cambio no fue al 100% porque ¡diablos! yo sigo aquí, ¿qué no?). Algo complicado de aceptar, algo contra lo que es difícil lidiar. Quizá sea tiempo de encontrar algo nuevo qué amar, conocer más que esos placeres con los que mi zona de confort se ocupaba en tranquilizarme y darme gusto. ¿No sería que en mi continua melancolía y mis "recuerdos agradables" estaba negándome a la posibilidad de explorar otra parte de mí, del mundo?
A veces parece que no me conozco, porque no sé muy bien qué hacer para mejorar mi estado de ánimo. (Será que sólo se me ocurre una lista de cosas que solía hacer, personas con quienes solía estar, lugares que solía disfrutar, y bien sé que o ya no consiguen el truco de encantarme o no son susceptibles de repetirse.)
Esta nueva oportunidad es impuesta (que fácil sería para mí simplemente regresar a lo que me hace sentirme bien, pero eso es imposible, ya no existe, se ha desgastado y desmoronado, ya no es más que un recuerdo que me ata a lo irrecuperable, ante lo cual, ni la nostalgia vale la pena), pero habrá que sacar lo mejor de ella. Temo sobretodo el hecho de saber que la frustración terminará por dominarme y que tendré que solazarme con el sueño durante horas sólo para despertar con algo de la amargura pretérita, pero no hay nada que hacer. Las cosas han cambiado, yo también, y la vida me ha llevado (puesto y traído) a situaciones que jamás creí ver, disfrutar y mucho menos aprender de ellas. Mi tolerancia a la incertidumbre es como siempre mínima, pero mi capacidad de asombro es como siempre (y para mi beneficio) infinita.
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