Tuesday 25 January 2011

Beware of…

El viernes pasado pude ver (por fin y después de dos años de espera) la versión cinematográfica de "Let me In/Let the Right One In". (Me tuve que conformar con la versión gabacha pero pues ya qué, ya tendré que ir a darme una vuelta a algún tianguis "cultural" para buscar la versión sueca, jajaja.) La película estuvo más que aceptable pues nos recordó que los vampiros son monstruos casi-demonios asesinos y no símbolos sexuales wannabe que juegan a ser adolescentes. Por otra parte, me pareció que más allá de lo del "horror", "terror" o ganas de asustar e impresionar de la historia, existía un discurso acerca de la naturaleza del amor, al menos de un tipo de amor (el "vampírico", de "usar", el “desigual”, el "peligroso", el "dependiente", ése  "amor destructivo“ que tanto nos gusta...)

Es ese tipo de amor en el que terminas "identificándote" con el amado, hasta el punto de creer que todas sus cruces tienes que cargarlas tú, soportar sus defectos y traumas y por lo tanto, "sellar tu suerte" y destruir tu existencia.

Comenzaré diciendo que mi interpretación de la historia tiene como punto de partida la edad de los protagonistas, "12" años. ¿A qué me refiero? Sencillo. Como después de ver la película me quedé con ganas de más (entre que me decepcionó y entre que no) me quedé pensando si ese detalle tenía alguna relevancia. Con lo que concluí después me di cuenta que fácilmente hubieran podido tener "21" años, aunque claro, hubiéramos perdido algunas de las sutilezas de los  paralelos de "padre/amante", "madre/amada", "bien/mal", etc.

El número 12 incluye la idea de dos personas que son una (que se identifican una con la otra y por lo tanto se "igualan"), aunque en realidad sean tan diferentes como los mismos números 1 y 2. El protagonista vive una “situación” desventajosa susceptible de ser cambiada, la cual identifica con la “realidad” permanente de la vampiresa.  Así, a lo largo de la historia, varios detalles nos demuestran que el protagonista va sellando su suerte en su afán de "entrar" en el mundo que le ofrece su nueva amada, hasta que el afán de pertenencia termina convirtiéndose en afán de fundirse con la otra persona (creo que en la película la abrazó fácil 3 veces), aún si sus circunstancias son tan diferentes que no pueden sino llevarlo a una situación desventajosa.

Supongo que yo caí en la misma trampa que el protagonista y terminé identificándome con él. Después de todo ¿quién no se ha visto en esas situaciones en las que amas a una persona que trata mal a los demás pero que te trata bien a ti? O peor aún si cabe, ¿de una persona que no quiere que veas su "verdadero yo" o cuya relación contigo te convertiría en un instrumento, en un repositorio del cual tomar lo necesario, para después, cuando dejes de servirle, cambiarte por una versión más fresca de ti? Seguro que muchas personas. Y supongo que eso hace que el final de la película no sea "abierto" sino "cerrado". El autor nos "dejó entrar" a esa realidad sólo para mostrarnos los errores y los peligros de ella pero ahora resulta que ya no podemos "salir" de esa revelación.... Eso sí es escalofriante...

 

II Addenda (jajaja, “2”):

1. Parece ser que después de todo y a veces de formas indirectas e inesperadas la literatura sí se trata de "teach and delight".

2. Increíble eso de las experiencias estéticas a varios niveles, cada vez me gusta más eso de pensar las cosas "estudiándolas" y descubrir detalles, patrones, etc. ¿Que puede ser una jugarreta de la mente humana que encuentra patrones incluso donde no los hay? Totalmente, pero eso no le quita el gozo y el aprendizaje ;-)

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