Paulo Freire comienza su Pedagogía del oprimido haciendo referencia a dos conceptos importantes para la educación libertadora: "el miedo a la libertad" y "el peligro de la concienciación". Según Freire, ambos conceptos se conjuntan para construir la idea de que "la concienciación es anárquica" y que si permites que los oprimidos se den cuenta de la realidad (injusta pero situacional) en la que se encuentran inmersos, se provocaría un descontento tal que los llevaría a la revolución violenta y a la barbarie. Siendo una idea tan arraigada, es difícil no pensar que los detractores de la rebelión tengan razón, sin embargo, Freire explica que cuando esto sucede es porque los oprimidos han sido engañados por sus propias percepciones hasta llegar a una percepción equivocada de la realidad; pero que la verdadera "concienciación" no es reaccionaria sino revolucionaria, destinada a cambiar las cosas para la liberación de los hombres (es decir, la humanidad), la cual sería un proceso permanente.
No obstante ¿quién va a liberar a quién? Es obvio, apunta Freire, que los dominadores no tienen ningún interés en liberar a nadie ya que ellos se encuentran atrapados en una visión del mundo en la que "el ser es tener" y claro, para tener más, la consecuencia natural es que muchos tengan menos. El mundo debe ser injusto para que este tipo de sociedad funcione y como a los dominadores les va bien, la educación que ellos imponen o su forma de vida no puede estar encaminada de ninguna forma hacia la liberación.
Freire anota también que los únicos que tienen interés en liberarse son algunos oprimidos, aquellos que ya se han dado cuenta de su realidad y quieren cambiarla, sin embargo, ¿dónde podrían encontrar los elementos que les permitieran tanto conseguir su liberación como las herramientas necesarias para construir una nueva sociedad? Es evidente que no en la sociedad presente, diseñada para oprimir. Además, hay otro obstáculo a la liberación, pues esta realidad social, que Freire llama masoquista y necrófila (ahora veremos por qué) provoca que tanto oprimidos como dominadores desarrollen percepciones distorsionadas de sí mismos.
En primer lugar, los dominadores no notan que son injustos. ¿Cómo es esto posible? Sencillamente porque la sociedad les ofrece el camino de "la falsa generosidad" esto es, la oportunidad de "dar" sin dar realmente. Programas de apoyo social que no tienen objetivos a largo plazo o que no ayudan en nada a que un futuro los beneficiarios puedan ser independientes y los condenan a una realidad eterna de dependencia son un buen ejemplo de esta "falsa generosidad". No obstante, la educación misma es otro ejemplo. Los dominadores "dan" educación incluso a los oprimidos, pero esta educación es parcial y tendenciosa, tiene por objetivo el "adoctrinar" y "domesticar" a los oprimidos para que puedan "adaptarse" a la realidad de esta relación social vertical. La actitud de los dominadores es “necrófila” porque ellos detestan el cambio, quieren mantener el statu quo benéfico para ellos a toda costa y temen a los cuestionamientos y a la transformación, al constante devenir que es la vida.
Por otro lado, los oprimidos se encuentran en una situación aún menos halagadora. Ellos no sólo son los que se llevan la peor parte social, económica, política e históricamente, sino que la perpetúan sin saberlo, pues llevan al “dominador” dentro de sí. Los oprimidos no sólo miran a los dominadores desde abajo, sino que admiran su posición y aspiran a llegar a ser como ellos, no para cambiar las cosas y ser más justos, sino simplemente para ser “mejores” y tener la oportunidad de mandar por una vez. (Supongo que casi cualquier “complejo o creencia clasemediera” serviría de ejemplo.) De esta forma, los oprimidos sofocan, incluso antes de que surja, cualquier ansia de cambio y se convierten en simples “beneficiarios” de la “falsa generosidad” de los dominadores. (Ya quedó claro por qué es masoquista, ¿no?)
Cuando los oprimidos muestran disgusto frente a lo que “reciben” de los dominadores, éstos pueden darse el lujo de decir que los oprimidos son unos “salvajes” e “ingratos”. (Más o menos como si un limosnero se negara a comer comida podrida que le han regalado o como cuando nos quejamos de nuestra Universidad y ya tenemos un montón de dedos señalándonos y acusándonos de “inconscientes”, “malagradecidos”, etc., cuando lo único que estamos haciendo es tratar de hacer notar la injusticia, la perpetuación del enfermizo sistema y la necesidad –y posibilidad– de mejora.)
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