Me duele discrepar de Shakespeare, Spenser, Horacio, etc., etc., pero esta vez no puedo estar de acuerdo. (Mentira, me da un poco de gusto tener diferencias con las grandes mentes del pasado pues eso puede significar dos cosas, o que el mundo sí ha cambiado radicalmente a través del tiempo o que ahora estamos viendo las cosas desde otra perspectiva. Ambas situaciones son esperanzadoras.)
Si el mundo es un escenario entonces la vida es una obra y si los hombres y las mujeres no somos sino actores, entonces representamos un personaje. El problema es que las acciones y actitudes de un personaje están supeditadas y decididas por la naturaleza de la obra misma (si es una tragedia o una comedia, o una tragicomedia o un melodrama, u otra cosa) así como por la función que el personaje tiene en la obra (héroe o villano, protagonista, dama en discordia, obstáculo social, comic relief, helper, etc.) y es entonces cuando no estoy de acuerdo en que se “esperen” ciertas cosas de nosotros y que no podamos decidir quiénes somos y qué hacemos.
La sociedad ha cambiado, sin duda, pero no tanto como para “reinventarse” a sí misma, (lo que es una pena y espero que suceda pronto, o ya de menos, en algún momento de la historia), los roles siguen estando dados, dependiendo de si se es hombre o mujer, joven, viejo, “profesionista” o “profesional”, jefe o empleado, padre o hijo, alumno o maestro, o para usar la nomenclatura de Freire (fascinante aún si socialista) “oprimido” u “opresor”. Y cuando a uno se le asigna su “papel” en el mundo, parece ser que no queda más que desempeñarlo de la mejor manera, lo que por supuesto da lugar no sólo a tener que olvidarse de uno mismo y de las ideas propias sino también hacerse la pregunta (un poco absurda, en el mejor de los casos) de “pero, ¿qué es lo que se espera de mí?” (Contestemos con otra pregunta, “pero, ¿quién espera de ti?”)
Desde que las guerras mundiales trastocaron el orden doméstico de roles de género (gracias a…, pues… no puedo decir que a Dios, ¿verdad?, ni tampoco que “gracias a la guerra”… así que… bueno, sólo digamos que fue algo positivo…) el concepto de mujer como una “actriz completa” (para seguir usando nuestra metáfora) comenzó a aceptarse como una realidad. Por desgracia, la sociedad sigue preguntándose (sin sentido): ¿entonces que harán ahora los hombres, qué papel les toca…? Y últimamente parece ser algo rentable proponer imágenes del “hombre de hoy”, porque, if men are merely players, somebody’s got to tell them what to do… right?
Lo mismo sucede en algunas otras áreas, no siempre dicotómicas: profesiones, edades, etc., cualquier etiqueta que pasó de ser una descripción útil para controlar la información de la sociedad a un límite o a un checklist (no sé qué opción es peor).
Esa idea del “mundo es un escenario” esconde otro peligro al convertirse en una forma de “lavarnos las manos” y deslindar responsabilidades, ya “no soy yo, sino mi papel, mi rol…” Otra instancia de la característica inmadurez de la modernidad: muchísima conciencia y autocrítica pero nada de responsabilidad, nada de “yo decido y acepto las consecuencias”. (Llamémosle “self-indulgent conscience”.)
Sin duda aún podríamos argumentar que la vida sí impone circunstancias ajenas a nuestro control, tal y como un dramaturgo coloca a sus personajes en un mundo hostil o amable según le plazca o funcione a sus objetivos, pero, como no podemos asegurar que existe tal autor hay que decir que efectivamente vivimos en un universo con límites que señalan pero no coartan.
A lo que quiero llegar es que no hay porqué vernos como actores representando nuestro papel, sino a personas viviendo, decidiendo hacer o dejar de hacer, para bien o para mal y aún si el libre albedrío fuera un mito, podemos movernos en varias direcciones y no sólo para cumplir las expectativas de la audiencia…
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