Últimamente he estado pensando (combatiendo o tratando de combatir) mis antiguos hábitos. No sé si lo lograré por momentos (al ocaso, por ejemplo, cuando el viento sopla delicado pero lo suficientemente fuerte para notarlo y la luz del día aún no se extingue por completo pero ya no me deja ver todas las formas en el mundo con una irreprochable claridad) me parece que no durará mucho esta guerra contra mis ideas... Hace siete meses (más o menos) fue la última vez... Este texto tiene un poco más de cuatro años...
Las gotas de sangre engalanando mis ropas alegremente
viajan al mismo nivel que los dormidos surcos perfectos,
hechos con nuevos arados en mis tobillos y brazos.
Desvaídas las ropas como los muros son pardos,
ésas fingen un azul cielo y éstos parecen gris tristeza.
¿Qué clase de lerdo dotado nombró a la cremosa incertidumbre
matiz celestial colgado de la más famosa tempestad?
Haha, entonces los muros insultan la tentadora palidez
capaz de inspirar agradable pasión a mi cetro plateado.
Pero, debo decir, es más que seductivo ver el día de hoy
al deliquio furioso (despierto inquilino alerta de las manos),
lidiando y conquistado al enemigo en indolora batalla.
Claro, lo sé ahora. Es como el doliente cortejo fúnebre
que en silencio camina miles y miles de casi eternas millas
buscando lagos abatidos y hallando sólo un mar contaminado,
donde los bajeles asesinan a las frescas y felices plantas.
Luego, ¿qué hacer? ¿Cómo arreglarlo? Los navíos ganaron libertad...
En este mundo, las banderas lucen bien, no pueden hacer más.
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